Los caminos de la ciencia dan la sensación de ser lineales. Pero hay excepciones, como la que permitió transformar a Bariloche en uno de los sitios más importantes del mundo en investigación de energía nuclear (en combo con actividades espaciales en sentido amplio).
La historia es conocida: un seudoinvestigador de origen austríaco, Ronald Richter, le vendió al entonces presidente Juan Perón una idea de punta: la posibilidad de generar energía casi de manera ilimitada, tal como lo hace el Sol. Es decir, fusionando átomos (y no rompiéndolos, como en la energía atómica tradicional). La idea, en teoría, es plausible. Pero el tal Richter, después de generar un inmenso movimiento de fondos en la isla Huemul –del orden de las decenas a cientos de millones de dólares, según las fuentes–, tuvo que partir rápidamente a un nuevo exilio dado que todo fue una especie de farsa o, visto con ojos contemplativos, algo propio de un entusiasmo exagerado (la tecnología sigue bajo investigación setenta años después). Pero esas inversiones no quedaron en apenas estafa o anécdota, sino que permitieron crear la masa crítica no para la ruptura de enlaces atómicos, sino para generar conocimiento y hasta exportar tecnología de punta no solo a otros países de ingresos medios (Perú, Egipto), sino de ingresos altos como Australia y Países Bajos. La aplicación práctica de ese conocimiento es enorme: el 10% de la energía que se consume en la Argentina es de origen nuclear.
En Bariloche quedó un núcleo fuerte de investigadores que creció y dio frutos. La última de las resonantes exportaciones de la empresa Invap (propiedad de Río Negro y el Estado nacional) fue justamente a los Países Bajos: para el diseño y la construcción de un reactor bautizado Pallas que fabricará productos radiofarmacéuticos, contra el cáncer y enfermedades cardiovasculares, además de servir para investigación. El monto de la venta es de US$400 millones. Invap les ganó en la licitación a un consorcio de origen francés y a otro surcoreano. El reactor Opal, vendido a Australia en 2006, se había cotizado en US$200 millones. “Es sorprendente que la Argentina haya competido con Canadá, Francia y Estados Unidos. Australia no necesitaba comprarle a la Argentina, pero lo hizo. Y después Holanda también, teniendo a ingleses y franceses más cerca”, dice Carlos Balseiro. Su padre, José Antonio, fue quien le informó a Perón que lo de Richter había sido un desaguisado. El instituto Balseiro es una pieza clave del enclave patagónico de física.
“Australia no necesitaba comprarle a la Argentina, pero lo hizo. Y después Holanda también”
Carlos Balseiro, exdirector del instituto Balseiro

“Lo importante es sacar provecho de los errores, esa es la enseñanza”, agregó respecto de aquella aventura del científico europeo. Sobre la posibilidad de extender esa isla de excelencia a otras zonas de la investigación, dijo que “ojalá se pudieran hacer cosas así en otras áreas. Hay oportunidades, faltan políticas que hagan llegar al mismo grado de desarrollo. Desde el punto de vista de la formación de gente, nuestros ingenieros y físicos también ocupan lugares en grandes universidades del mundo. Eso quiere decir que somos capaces”. En este último sentido, el caso de Juan Martín Maldacena, teórico del campo de las llamadas supercuerdas de la Universidad de Princeton, quizá sea el más reluciente.
De manera conexa, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CNAE), formalmente establecida en la década de 1990, también bebió de experiencias previas, tan pioneras que se remontan a la década de 1960, antes de la llegada de Neil Armstrong y compañía a la Luna. Hoy la CNAE tiene en órbita una constelación de satélites de investigación y de comunicación, además de una intensa cooperación mundial, entre otras, con la agencia espacial italiana. Para Balseiro, las razones del éxito son básicamente tres: continuidad, recursos, apoyo sistemático a lo largo de los años; “no poner dinero un año y después tres años no; ese es uno de los secretos”, explicó. “No creo que la física de Bariloche se hubiera desarrollado y sobrevivido a los vaivenes políticos si el Estado no hubiera apoyado el desarrollo tecnológico; reconozco que hemos sido privilegiados en nuestras condiciones de trabajo”, sintetizó.
Por Martín De Ambrosio | La Nación